martes, 27 de septiembre de 2016

Antiguos e ilustres alumnos de la promoción de 1971 retomaron sus sueños 45 años después

Antiguos e ilustres alumnos de la promoción de 1971 retomaron sus sueños 45 años después. El 10 de septiembre de 2016, como si no hubiera pasado el tiempo, que quizá no ha pasado, entre los exámenes de septiembre y los horarios para el curso 2016, tomaron la aulas, las bibliotecas, los patios y el Fray, de nuevo, fue suyo. Nos dejaron sus recuerdos. Nos dejaron su ilusión y su fuerza para seguir trabajando. Gracias por vuestra visita, queridos alumnos!

3 comentarios:

  1. Muchas Gracias, Inma e Ildefonso, directora y secretario del instituto por vuestra gran acogida y el cariño que nos mostrasteis. Fue una jornada inolvidable.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias. Y un abrazo. Paco Gallego

    ResponderEliminar

  3. Miro esas imágenes… Son de hoy. La directora del instituto Fray Andrés. El jefe de estudios. Nosotros, que miramos al espacio, subimos las escaleras, avanzamos por los pasillos. Las aulas tienen mesas separadas; cada alumno tiene las suyas. El aula de lenguas clásicas está llena de fantasmas en pintura: héroes, dioses, cielos, estrellas, semidioses… Al fondo han construido un edificio nuevo; es el signo de los tiempos, se necesita más espacio, hay más necesidades, más alumnos.

    Miro esas imágenes… Son de ayer. Hay otro director en el instituto. Ya no es Ildefonso, es otro jefe de estudios. Las fotos son en blanco y negro. Los mismos que estaban fotografiados en el color están ahora en un universo de grises, y, lo que son las cosas, las imágenes sin color tienen corazones coloreados con todos los matices. Subimos las escaleras, esas que conducen al ayer, y hay ahora estelas de carteles que han desaparecido, música que se cantaba de otra manera, chicos que vestían con otros vestidos… Se oye, ¿qué se oye en el espacio? Se oyen los sonidos del silencio. Lamento de una trompeta que acompañaba a nuestros jóvenes años, cuarenta y tantos años atrás, cuando volvíamos del recreo. Miro enfrente y no veo la casa de la cultura: está el gimnasio. Allí hacíamos nuestras tablas, nuestros partidos, ese plinton que no nos atrevíamos a saltar, esas anillas que colgaban como un reto. El aula de clásicas no tiene héroes, y ahora no miramos al espacio, miramos al tiempo. Las mesas están atadas de dos en dos.

    Miro esas imágenes…. Son de anteayer. Anteayer no tenían colores ni blanco y negro, no había fotos: tan sólo las que nos hacíamos con un libro y una bola del mundo, algún viaje, alguna comunión. Entonces no había COU ni preu. Los mayores, pelo en pecho y crecida barba, jugaban al baloncesto. Enfrente estaba la escuela de maestría. Las mesas, atadas como en una cárcel, pesaban sobre el suelo. En el laboratorio de ciencias no estaba Fermín, no; no eran huesos de plástico sino un esqueleto de auténtico hueso; tenía un agujero en el cráneo y algunos decían que de una bala de la guerra; nunca supe si era verdad, pero aquello le daba al esqueleto una aureola de antigüedad y misterio.

    Todo ha pasado, todo. Anteayer no estábamos, ayer se fue y hoy sólo queda la huella que somos de lo que un día fuimos, convertida en tiempo: unas máscaras que cada vez se parecen más, no a esos niños, sino a unas calaveras. El gimnasio no está ya. No está la secretaria vistiendo de negro. El bar, el viejo bar del instituto… ¿adónde se fue? El cerro no tiene calles de piedra porque ahora las cubre el cemento. Arriba, hacia la chimenea cuadrá, han puesto una estatua, una presencia de ayer, una huella del pueblo: el viejo corazón roto, hecho agujero y bañado en melancolía, la estatua de nuestros padres, la estatua del minero. Y hasta el viejo instituto se ha echado una persiana metálica que le afea la cara y lo vuelve más viejo; por las paredes, reptando como culebras, haces de cables y gomas allí, entre las ventanas, y no están los chicos asomados, ni de ahora ni de ayer, es sábado, hoy no es día de clase, Inmaculada e Ildefonso están aquí, nos han abierto las puertas, hemos querido llorar, y nos vamos sin lágrimas, pero lloramos por dentro.

    Sólo una cosa viene del ayer. Sigue ahí, como una muda presencia, eco del pasado y del presente, el cuadro en la pared, es don Rafael Requena que no se ha ido nunca, que ha vuelto. Ese cuadro llenó de luz mis jóvenes años. Los llenó de luz y color, nos los llenó a todos, y ahora hemos vuelto, algunas cosas han cambiado, otras siguen igual, como el cuadro de don Rafael. Nos vamos con el corazón en un puño. Nos vamos como fantasmas, como seres que pasan, como el río de Heráclito, pero debajo del agua yace, disuelto en el antiguo cauce, una huella universal, un sentimiento perenne, es el saber que queda. Pasaremos todos inexorablemente. Por donde pasamos, quedará una huella. Y se hará el silencio.

    ResponderEliminar